lunes, 28 de marzo de 2011

De la mano por la vida

Hace ya varios años, en Estados Unidos se produjo una guerra judicial entre varios ciudadanos anónimos y las grandes compañías tabaqueras. Estos ciudadanos, enfermos de cáncer en su mayoría, acusaban a la industria del tabaco de venderles un producto dañino para la salud, que les había producido una gran adicción que había derivado en sus respectivas enfermedades. Eso, y que no les habían informado de los peligros del tabaco.

Esas demandas me extrañaban sobremanera, porque siempre había considerado que los peligros del tabaco eran bien conocidos, y que aquel que comenzase a fumar, sabía dónde se metía, al igual que los que beben y los que toman cualquier otro tipo de droga. Claro que entonces el tabaco no estaba mal visto, al contrario, se veía como signo de haber pasado a la edad adulta. A mí, con quince años, me preguntaban si todavía era un crío por no querer aceptar un cigarrillo, y eso a ciertas edades es muy difícil de rebatir.

Quien acababa enganchado al tabaco, podía, por tanto, echarle la culpa a la presión social, o a no hacer caso de los riesgos, pero nunca a no haber sido informado de tales riesgos. Al menos aquí.

En Estados Unidos, no sólo argumentaban que no conocían los riesgos porque las tabaqueras no les habían informado, sino que además, los tribunales les daban la razón.

Puede que tuvieran algo de razón, y que durante décadas ocultaran deliberadamente los peligros del tabaco. Pero las tabaqueras no son el único medio de información sobre el tabaco. Hay que ignorar informaciones e informes que llevan décadas avisando del problema. La actitud de las tabaqueras ha sido igual en todo el mundo, y casi únicamente en Estados Unidos fue motivo de condena.

Todo esto me hacía plantearme si los habitantes de Estados Unidos eran tan simplistas como parecía. Porque esa era la impresión: parecía que no eran capaces de tomar criterio propio, y había que darles la información bien mascadita, porque si no, se sentían engañados y te podían demandar. Y parecía que si una persona no había entendido perfectamente los riesgos, o se producía algún deseo no deseado, el culpable era el proveedor, no el usuario que posiblemente esté actuando de un modo negligente. ¿Qué culpa tiene un fabricante de café si yo acabo sufriendo insomnio por un exceso de café?

Esta manera de ir por la vida, tan infantil, tan despreocupada, en la que nosotros jamás somos responsables de nuestros actos, obliga a poner un exceso de celo a base de medidas de seguridad que a veces rozan lo absurdo, advertencias y avisos que nos hacen parecer unos bebés reprendidos por nuestros padres, y hasta retirada de productos por su potencial peligro.

Y somos las personas que queremos que nos traten como adultos, que queremos decidir por nuestra cuenta qué hacer y qué no, qué usar y qué no, valorar las posibles consecuencias y aceptarlas, los que no podemos elegir con libertad.

Esto me pasó hace tan sólo unos días. Con cierta frecuencia solemos visitar un restaurante mexicano. La comida de México tiene la fama de ser muy picante, aunque, como todo, depende de lo que le guste cada persona. En el restaurante en cuestión, la comida de base no pica, y ofrecen salsas más o menos fuertes a gusto del consumidor.

A nosotros nos gusta el picante, y mucho. Por eso, siempre pedimos el picante más poderoso, el que no suelen ofrecer porque es demasiado para la mayoría de los clientes. Lo hacemos sabiendo el aguante que tiene cada uno, y hasta qué punto lo podemos soportar.

Pues bien, ese día, pedimos el picante que nos gusta, y la respuesta que recibimos fue que ya no lo sirven. ¿El motivo? Por su potencial peligro. Al parecer, una noche lo pidió un cliente, que sin hacer caso de la advertencia de lo mucho que picaba, se metió en la boca una gran cantidad, con los consecuentes problemas médicos que supuso. Al parecer no hubo demanda, pero el susto, y para evitar que pudiera ocurrir en el futuro, decidieron retirarlo.

Y nosotros, que llevamos años disfrutándolo (y sufriendo sus efectos con estoicismo), ya no podemos degustarlo porque alguien cometió una imprudencia, de la que, seguramente, no se sentirá responsable.

Y aquí estamos, de la mano para no hacernos pupa, porque somos adultos, pero no aceptamos la responsabilidad de serlo.



lunes, 21 de marzo de 2011

Las tallas grandes también existen.

Los cánones de moda son los que son y poco, o mucho, más hay se puede hacer o decir sobre ello. La polémica sobre las medidas de las modelos hace años que está en la palestra no es nada nuevo, su extrema delgadez es alarmante en muchos casos y si bien hay pasarelas donde se controla hay otras que pasan olímpicamente y si lo que desfila son huesos enfundados en alta costura mejor que mejor.

Pero no es de modelos ni de pasarelas de lo que va este articulo. Es de moda. De esa moda que solo pueden lucir las féminas con tallas inferiores a la 44. Y no hablo precisamente de alta costura, sino de la moda que está al alcance de cualquier bolsillo y que se puede adquirir en grandes almacenes.
De esas prendas que nos gustan a todos pero que siguen sin poder lucir todo el mundo. O te ajustas a las medidas estándar de los fabricantes, es decir en este caso no se puede tener más de una talla 46, o pasas a tener que usar una ropa que cuando menos es de un dudable gusto.

Si tenemos la desgracia de usar una talla grande, y entendamos por grande toda aquella talla que sobre pasa la 54 – que si, que eso es muy grande, lo se. Pero es que hay gente que usa incluso diez tallas más, es decir una 64 y también tiene derecho a la vida, no? – resulta que no encontraremos el jersey rojo que hemos visto y que tanto nos ha gustado. No se hace en talla grande, y tenemos que conformarte con un jersey en tonos oscuros que nada tiene que ver ni en modelo, ni en tejido con el que nos gustaba. Este segundo jersey no es que no nos guste, es que no se lo pondría ni nuestra abuelita de 90 años porque lo encontraría carca y anticuado.

Que exagero? no os lo creáis. Me quedo corta.

Si nos damos una vuelta por la sección de tallas grandes de una cadena comercial que se digne a tenerlas, que esa es otra, vemos que la ropa es, en su inmensa mayoría, fea, pero fea de asustar, a la par que oscura. No hay modelos llamativos ni atractivos. Es como si las personas que usan esas tallas tuvieran que esconderse y pasar desapercibidas y por ello que mejor que una ropa horrenda y oscura que no llame la atención para nada?.

Hay personas de todas las edades que usan esas tallas grandes. Desde jovencitas a personas de media edad o personas ya entradas en años, pero todas ellas acostumbran a tener algo en común y es un mínimo de gusto.

A los fabricantes de ropa les supondría un esfuerzo enorme ampliar su tallaje para que todo el mundo pudiera lucir la misma ropa? No creo. Es más para ellos sería un beneficio añadido pues las ventas aumentarían, cuando más variedad en tallas más personas pueden comprar la prenda, no hace falta ser muy inteligente para llegar a ello, no?
Pues porque no se hace? y a esa pregunta os garantizo que no le veo respuesta alguna, o al menos no que sea medianamente coherente.

Otro de los recursos de las personas con tallas grandes suele ser la venta por catálogo, pero aquí el problema es aun más grande, a los que ya he dicho se le suma la subida de precio con la talla, cosa que en principio no pasa en las tiendas. La ropa es igual de fea, poco variada y oscura – a lo sumo hay de color blanco, que si que es claro, pero que no es un amarillo pollito o un verde pastel por poner dos ejemplos – y además más cara. Manda Huevos!!

Espero que algún día una de esas cadenas que se precian de vender ropa para todo el mundo, tipo el grupo Inditex y todas sus cadenas de tiendas, abran los ojos y se den cuenta que esa camiseta azul cobalto con un perrito blanco que es divina de la muerte puede llegar a confeccionarse en una talla 60 o superior y no por ello dejará de ser tan divina de la muerte como era hasta entonces. Mientras seguiremos viendo esperando el milagro.




miércoles, 16 de marzo de 2011

Nuclear

Hace unos días se produjo en Japón uno de los terremotos más importantes de la historia. Ese terremoto, y el posterior tsunami han producido en el país unos cuantos miles de víctimas. Si se hubiera producido en un país menos avanzado, la cantidad de fallecidos habría sido inconcebible.

Y es que Japón, que se encuentra en una de las zonas de mayor actividad sísmica del mundo, está acostumbrado a los fuertes terremotos, y tiene unas normas de construcción de cualquier edificio muy específicas para poder soportar estas catástrofes.

Sin embargo, todo tiene un límite, que suele estar basado en el historial telúrico de la zona en cuestión. Y esas normas de poco sirven si el terremoto producido supera el nivel para el que han sido diseñados para soportar.

Eso mismo es lo que está pasando en Japón ahora mismo, en la central nuclear Fukushima. Esta central fue diseñada para soportar terremotos de siete grados y medio en la escala de Richter, cuando el seísmo producido el día 11 de marzo alcanzó nueve grados.

Japón es una isla sin recursos naturales propios, y precisamente por su condición insular, es complicado abastecer al país con recursos extranjeros, por lo que parece lógico pensar en la energía nuclear como principal método de producción eléctrica en el país, ya que cualquier alternativa parece difícil de implantar en un espacio como ese.

Desde hace décadas (sobre todo desde el accidente de Chernobyl), nos están diciendo, en contra de nuestros instintos, que la energía nuclear es segura, que se toman todas las medidas de seguridad necesarias para que cualquier eventualidad sea atajada sin poner en peligro a los habitantes de las zonas próximas a la central.

Pero todos sabemos que la seguridad absoluta no existe. Estamos viendo estos días en Fukushima que hay eventualidades no previstas, o previstas y rechazadas como improbables. Se diseñó la central según los seísmos que se habían registrado históricamente en la zona, pero no se planteó que tuviera que aguantar un terremoto más potente. Y el accidente provocado por ello, mantiene en vilo al planeta entero, ya que no se sabe cómo va a terminar.

Todo esto plantea dudas no solo en el país del Sol Naciente, sino en todo el mundo. Los que hace unas semanas decían que las centrales nucleares eran totalmente seguras, ahora anuncian revisiones adicionales. En varios países europeos se encontraban en proceso de renovación de las licencias de las centrales más antiguas. Esos procesos, que antes no planteaban dudas, ahora requerirán pruebas adicionales.

Pruebas, que seguramente jamás conoceremos en qué consisten y serán superadas en su totalidad, por lo que todo volverá a la normalidad… hasta que vuelva a pasar algo en otro lugar del mundo.

He hablado sólo de seguridad, sin comentar una de las críticas más importantes que se producen por parte de las asociaciones de ecologistas: la energía nuclear produce unos residuos altamente radiactivos, que permanecen activos, y por tanto hay que almacenar, durante miles de años, creando un problema que va aumentando con el tiempo, y difiriendo el problema a las generaciones futuras.

No sé si en Japón tienen alternativas a la energía nuclear. Seguramente sí, pero con el problema de un mayor coste. Pero, a la vista de los hechos, hay que plantearse si es el mejor método, en Japón y en otros países del mundo, incluida España. Porque, por muchos sistemas de seguridad que se pongan, por muchas eventualidades planeadas, siempre habrá algo que esté fuera de control, lo que producirá un accidente de consecuencias insospechadas.



sábado, 5 de marzo de 2011

Sobre normas y límites

Al gobierno español se le puede llamar de todo menos aburrido. Se empeña, un día sí, y otro también, en proporcionarnos temas de conversación que producen intensos debates.

Y es que, cuando el país todavía permanece dividido en dos bandos por culpa de la ley antitabaco, se ha sacado de la manga otra norma que ya está dando mucho que hablar. Me refiero a la limitación de velocidad en autovías.

Esta medida, que tiene carácter temporal, reduce la velocidad máxima en autovías de 120 kilómetros por hora a 110. El objetivo, reducir el consumo de combustible, con el ahorro consiguiente en la factura petrolífera. Por no comentar que el medio ambiente alguna mejoría notará.

Y al igual que con el tabaco, el país se ha dividido en dos mitades antagónicas. Los que están de acuerdo con las tesis y los cálculos del gobierno tienen que discutir con los que afirman que se producirán más atascos, y los que se creen con el derecho de ir a la velocidad que quieran.

Yo considero que la discusión tiene una trampa desde el principio. Se protesta por la reducción de un límite que no era respetado por buena parte de los conductores que utilizan las autovías. Son precisamente los que más protestan por el cambio de norma los que menos respetaban el límite anterior, lo que hace pensar que este lo respetarán del mismo modo… sólo cuando pasan por un radar.

Últimamente nos creemos con derecho a todo, cuando se nos limita algo por el motivo que sea, por muy válido que sea ese motivo, ponemos el grito en el cielo criticando al estado controlador, si multan para hacer cumplir la ley, nos quejamos del estado represor. Y quien no respeta esta clase de normas, considera intolerante a quien pide que se respeten.

Con estas cuestiones surgen contradicciones cuanto menos curiosas. La primera, es que si una persona está a favor, por ejemplo de la reducción de velocidad pero en contra de la ley antitabaco, puede acabar criticando en un caso los mismos argumentos que usa en el otro, sin darse cuenta siquiera que usa tesis opuestas en cada caso.

La otra contradicción es más seria. La ciudadanía en general se muestra muy activa para criticar estas limitaciones de derechos, pero cuando se trata de derechos más importantes, como los laborales, agachan la cabeza y se conforman con los que les queda, diciendo la famosa retahíla de “al menos sigo teniendo trabajo”