Paul fue acertando los partidos uno a uno, adivinando el ganador del encuentro. Cuando entraba la bandera de España, nuestro querido octópodo la elegía antes que la del rival. Y así, partido a partido, acierto a acierto, acompañó a la Selección hasta la victoria final.
No voy a entrar en consideración si los aciertos se debían a la casualidad, si eran guiados de algún modo, o si realmente era un pulpo mágico. Tampoco sé qué habría pasado si hubiera predicho la derrota de España. Lo que sé es que tal y como se desarrollaron los acontecimientos, el Pulpo Paul se convirtió en un héroe nacional, a pesar de vivir en Alemania.
No creo que nadie, o casi nadie, tome como una tragedia su muerte. Unos cuantos creerán en sus dotes adivinatorias, y hasta habrá quien diga que sin Paul no hubiera habido victoria. La mayoría se tomaron a guasa las adivinaciones y ahora lloran la pérdida con lágrimas de cocodrilo.
Yo, que muchas veces critico esta sociedad, por lo alienante y descerebrada que es, por enmascarar las individualidades por el bien común, por estar llena de gente que protesta por todo pero no hace nada a cambio, no veo en este caso un problema social, sino de comunicación.
La muerte de Paul aparece en las portadas de los periódicos, en los telediarios y en las tertulias. Los medios le han dado una cobertura mucho mayor de la necesaria, y mucho mayor de la solicitada por un pueblo que consideraba el asunto como una broma cuyo tiempo ya pasó.
Y eso ¿por qué? Porque ya lo dijo el Cesar hace dos mil años: al pueblo, pan y circo. Mientras estamos entretenidos con noticias como esta, con el fútbol y la fórmula 1, con las tertulias vacías y los programas de cotilleo, seguiremos protestando por los problemas que sufrimos, pero seguiremos sin hacer nada.
Creo que va siendo hora de dejar de ir al Circo y empezar a ir al Senado.

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