jueves, 6 de enero de 2011

Ligero de Cascos

Francisco Alvarez-Cascos era un peso pesado en el Parito Popular. Diputado y senador, llegó a ser secretario general del partido, y vicepresidente y ministro de Fomento en el gobierno de José María Aznar. Un pez gordo, vamos.

Como personaje importante en el partido, no sólo comulgaba con la ideología y las estrategias de su partido, sino que era parte activa en su definición.

Eso incluía en sus discursos todo tipo de críticas a los que tenían una idea de nación distinta a la española, sobre todos los nacionalistas catalanes y vascos, así como sus políticas, principalmente económicas, lingüísticas y educativas. Esos discursos no se caracterizaban precisamente por su suavidad, al contrario, siempre fue muy duro con los nacionalistas, incluso cuando su presidente sorprendió al mundo al afirmar que hablaba catalán en la intimidad. Llegaron a llamarle el Doberman de Aznar, por sus feroces ladridos.

Hasta ahí bien, correcto. Tiene unas ideas, está en un partido en el que esas ideas tienen cabida, y tiene una posición que le permite difundir sus ideas y las del partido.

Pero el tiempo pasa, el partido pasa a la oposición, cambia el líder y el nuevo presidente, Mariano Rajoy, prefiere tener sus propios colaboradores, para evitar un poder excesivo de Aznar en la sombra. Cascos abandona la dirección nacional para volver a su tierra natal, Asturias.

Que alguien con la historia de Cascos y su poder en el partido esté en una delegación autonómica es un problema. No es fácil controlarlo, aún tiene poder de convocatoria y lo que va a decir no siempre coincidirá con lo que quieren escuchar en Madrid. Durante años hubo tensiones, amenazas y acusaciones de insultos. Incluso en el comité nacional se plantearon su expulsión, que no se produjo seguramente porque es más seguro tener al enemigo cerca.

Esa tensión explotó en diciembre de 2010, cuando Cascos, que quería ser candidato al gobierno asturiano, se sintió desairado cuando eligieron como candidata a Isabel Pérez-Espinosa. Enfadado, abandonó el partido el día de año nuevo.

Hasta ahí, todo más o menos habitual. Lucha de poderes, presiones y dobles juegos, nada de eso es extraño en cualquier organización con poder. Tampoco es extraño que decida montar su propio partido.

Lo extraño es que el nuevo partido cambia radicalmente de discurso, y deja de abogar por la unidad nacional, para empezar a alabar el nacionalismo asturiano. Donde antes criticaba todo aquel que usaba la palabra nación refiriéndose a un territorio distinto a España, ahora habla de nación asturiana. Donde antes acusaba de egoístas a los que sólo hablaban de su tierra, sin pensar en el resto, ahora exige mayor representación de Asturias en el panorama nacional.

En resumen, una vez que abandona el partido popular, cambia radicalmente de discurso, para decir exactamente lo contrario a lo que decía hace tan solo unos meses.

Todos progresamos, avanzamos, vamos cambiando con los años y lo que creíamos en la juventud puede ser distinto a lo que creamos ahora. Es normal. Lo que no es habitual, o no debería serlo, es que una persona cambie tan radicalmente de forma de pensar en tan poco tiempo, sin que haya pasado nada que le obligue a replantearse sus creencias.

Y es que nos encontramos ante un líder que más que ligero de cascos, es ligero de ideas, que las cambia según sople el viento o sus necesidades.

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