domingo, 6 de febrero de 2011

Revolución

En este mundo tan acelerado, de consumo rápido, las noticias tienen la misma esperanza de vida útil que cualquier otra cosa: muy escasa. Surge un tema considerado interesante, al que los medios le dedican una atención intensa durante unos días, y cuando ya la gente se acostumbra al tema y disminuye la atención, se empieza a pasar página, buscando otro tema con el que llenar las portadas y anestesiar a la población.

En esta ocasión, el tema de la semana viene desde Oriente Próximo, más concretamente desde Egipto, donde una gran revuelta social está intentando derrocar al presidente Hosni Mubarak.

Egipto es, en teoría, una democracia. Digo en teoría, porque su presidente ha sido reelegido con mayoría aplastante cinco veces seguidas (lleva en el poder desde 1981), en votaciones donde se han denunciado numerosas irregularidades. Ahora, tras unas nuevas elecciones calificadas de fraudulentas, la población ha decidido salir a la calle para echar al supuesto tirano.

Si nos atenemos a las informaciones, los egipcios han abierto los ojos de repente, y se han dado cuenta que estaban gobernados por un tirano, y que merecen vivir en una democracia, creyendo firmemente que lo que venga después, será siempre mejor. Los manifestantes son buenos, Mubarak es malo.

Claro que Mubarak no era tan malo cuando llegó al poder hace ya casi treinta años, cuando Egipto se convirtió en casi el único aliado musulmán de Israel, o tenía una visión de los problemas de la zona que se parecía mucho a la de Estados Unidos, llegando a convertirse en un fiel aliado que frenaba el avance del integrismo de la zona (al igual que hacía Sadam Hussein en Irak, o Bin Laden con los rusos en Afganistán.

Tampoco era tan malo cuando Egipto sufrió una ola de atentados cuyos objetivos eran los autobuses de turistas extranjeros. Esos atentados se supone eran obra de los Hermanos Musulmanes, cuyo objetivo era convertir Egipto en un país islamista, lo cual chocaba contra los intereses económicos sobre la zona. Mubarak era el que mantenía a los retrógrados a raya.

Ahora, tres décadas después, bajo el acoso de una revuelta que no sabemos quién ha iniciado ni qué intereses tiene, no resulta rentable defenderlo, y los países occidentales piden la salida del líder egipcio.

Nos dicen que los jóvenes egipcios buscan la democracia. Parece ser que el hecho de que la segunda fuerza política en Egipto sean los otrora terroristas Hermanos Musulmanes es algo anecdótico, y que no hay peligro de convertirse en un estado integrista.

No defiendo a Mubarak, ni condeno a los insurgentes. Tampoco hago lo contrario. Las informaciones que recibimos siempre sobre estos acontecimientos es tan sesgada que no podemos tomar una postura bien informada. Será el tiempo el que diga si ésta es una revolución democrática, o un golpe de estado para poner a un Imán al mando.

Pero eso será en el futuro, cuando las cámaras se hayan marchado, nos hayamos olvidado de los jóvenes de la Plaza de la Libertad, y tengamos toda nuestra atención centrada en la nueva noticia de la semana.



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