domingo, 14 de noviembre de 2010

Sobreprotección

Vivimos una auténtica invasión de productos saludables. El supermercado está lleno de productos bajos en grasa, que ayudan a eliminar el colesterol, que refuerzan las defensas, que facilitan el movimiento intestinal. Los yogures ya no son lo bastante saludables, hay que sustituirlos por un sucedáneo hecho de soja.

Y los productos de limpieza no se quedan atrás. Ya no bastan los jabones, detergentes y limpiadores habituales. Ahora nuestra vida depende de que sean además, antibacterias.

Centrémonos un poco. Si bien es importante cuidar la alimentación y mantener unas normas de salud e higiene, parece absurdo llegar a estos niveles.

En mis tiempos (¡dios mío, estoy hablando como mi padre!) nuestra alimentación era más mundana, con pocos productos preparados, casi todo se compraba en el mercado. La leche era sana siendo simplemente leche (si miramos los envases que venden actualmente, vemos que muchos no son de leche, sino de “preparados lácteos”, no necesitábamos refuerzos alimenticios y el suelo se fregaba con un limpiador al que, como mucho, se le añadía un chorro de lejía. Y vivimos para contarlo.

Nos hemos convertido en unos timoratos que tenemos miedo a lo que no podemos ver, aunque siempre hayamos convivido con ello. Hemos dejado de confiar en el saber hacer de nuestro cuerpo, de nuestro sistema inmunitario. Nos hemos vuelto unos paranoicos de la salud. Y esto es muy peligroso y a la vez contraproducente.

Los niños actuales desde que nacen están envueltos en este entorno de seguridad artificial que hemos creado. No les desinfectan los biberones hirviéndolos en agua, hay que añadir unas pastillas antibacterianas, porque lo que no nos ha matado a nosotros puede matarles a ellos. A la mínima que tosen, los padres se asustan y los llevan al médico, donde si no les dan mil medicamentos para que se cure inmediatamente presentan una queja al defensor del paciente. Cuando crecen, salen cada vez menos a jugar, se quedan en su casa. Mejor para los padres porque así saben que no se harán daño. No basta con las comidas habituales, hay que darles complejos vitamínicos o Actimel. Y así con todo.

El cuerpo humano tiene unas defensas naturales, un sistema inmunológico. Esas defensas han de estar expuestas a los virus y bacterias presentes en la naturaleza, que nos ataquen y que enfermemos para aprender a defenderse de los mismos ataques en el futuro. Y con tanta protección, no hay una exposición suficiente y el sistema inmunológico no se desarrolla correctamente. Y cuando se enfrenta a enfermedades comunes, como un simple resfriado, el cuerpo no sabe cómo actuar y en lugar de curarlo en unos días, puede acabar derivando en patologías más graves.

Y es que vivir en un mundo demasiado sano puede llevarnos, paradójicamente, a pasar más tiempo en el hospital con enfermedades más graves, o enfermedades leves mal curadas.

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