martes, 2 de noviembre de 2010

De publicidad y votos

Hoy es el primer martes de noviembre de un año par. Eso significa que en Estados Unidos hay elecciones, en este caso a la cámara de representantes, al senado y a gobernador de distintos estados.

No voy a hablar de demócratas y republicanos, de si es merecido el varapalo que previsiblemente se va a llevar el partido de Obama o del movimiento ultraconservador republicano llamado Tea Party. Todo eso es para los analistas de una y otra ideología. Vengo a hablar de campañas electorales.

Leo en El País que la campaña electoral para las elecciones de hoy han batido todos los records de gasto, a pesar de la crisis que haría parecer lo contrario. Concretamente se ha superado la barrera de los tres mil millones de dólares.

Es cierto que las leyes estadounidenses en cuestiones como campañas electorales y financiación de los partidos. En España las donaciones a los partidos están muy controladas, y cualquier recepción de dinero que no entre en los supuestos descritos incurre en un delito de financiación irregular. En Estados Unidos tanto las aportaciones anónimas como las de empresas están permitidas sin límite, con lo que el acceso a la financiación es mucho más sencillo. Otra cuestión es la contrapartida de los partidos ante esas “aportaciones desinteresadas”.

Pero, salvando las diferencias normativas y culturales, en ambos lugares la tendencia es similar. Cada vez más gasto en campaña, con mitins espectaculares, con juegos de luces, animación y mucha fiesta. Viajes relámpago para visitar varias ciudades en un solo día. Eslóganes muy medidos, y elementos visuales llamativos y reconocibles.

En resumen, se gasta más para convencer, pero aportando pocas ideas y poco programa, que suele limitarse a ideas sencillas de fácil asimilación que rayan lo demagógico. Discursos simplistas soltados a voz en grito que buscan más la aceptación ideológica que la exposición de ideas de un modo racional.

Incluso los debates, cuando se producen (ahí si nos llevan mucha ventaja al otro lado del charco) están completamente medidos y guionizados. Están organizados de modo que cada candidato puede seguir su discurso sin verse comprometido por preguntas incómodas o incluso por el discurso del rival, ya que se limitan a repetir sus consignas sin prestar atención a lo que dice el contrario.

Vivimos en una sociedad de consumo, donde nos vemos invadidos por publicidad y propaganda a todas horas y en todo lugar. Estamos acostumbrados. Y es normal que las campañas políticas sean también publicitarias. Pero un alto porcentaje de ciudadanos va a tomar una decisión que afectará a la vida de todos durante los próximos años sin tener la información suficiente, basándose en ideologías más que en ideas, y habiendo escuchado sólo demagogia e insultos.

Y eso, es muy peligroso.

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