sábado, 27 de noviembre de 2010

Una chorrada llamada privacidad

Si estás leyendo esto, es porque tú, al igual que yo y otros muchos, cohabitas en el mundo virtual. Es fácil que rondes por algún que otro foro, tengas una cuenta en facebook, Twitter o Myspace. Puede que también tengas un blog en donde cuentes asuntos más o menos personales. En resumen, es muy probable que participes de un modo u otro en eso que los gurús llaman Web 2.0.

Las redes sociales han cambiado nuestras vidas. Son la nueva revolución. Han convertido la Red, que antes era un compendio de información, en una herramienta básica de comunicación. Comentamos lo que hacemos o pensamos, nos comunicamos con los amigos, mostramos nuestras fotos y videos, nos enteramos de eventos interesantes…

Todo eso está muy bien, pero requiere una dosis de responsabilidad que no todos tenemos. Tenemos que ser conscientes que lo que subimos a la red puede ser visto por más gente de la deseada. Hay que vigilar muy bien qué restricciones ponemos a cada elemento. Tenemos que decidir si es conveniente o no subir cosas muy personales.

Los medios de comunicación están siempre recordándonoslo. Siempre llamando la atención sobre los problemas de seguridad de redes como Facebook, pidiendo siempre que sus políticas sean más estrictas y más comprensibles para el usuario final. Pero ¿para qué? Si al final mucha gente no sabe si sus fotos están de modo que la vean sólo sus amigos o todo el mundo. Hace falta formación y sentido común.

Otra cuestión es qué publicamos, qué decimos, qué imagen damos de nosotros. Parece que la intimidad está en desuso, contamos cosas que en otras circunstancias no diríamos más que a nuestra pareja o a nuestro mejor amigo, y sin embargo en las redes sociales lo soltamos sin pudor. Cosas que seguramente nuestro tío, compañeros de trabajo, o amistades poco íntimas no deberían saber, y sin embargo gracias a la tecnología lo saben.

Nos encontramos ante una banalización de la vida privada, parece que si no lo contamos todo, tenemos algo que esconder. Que no sólo no hay que avergonzarse de lo que hacemos en privado, sino además, gritarlo a los cuatro vientos.

Puede que sea yo el anticuado. Puede que mostrar nuestras interioridades sea como hace años hablar de sexo o lucir un generoso escote. Puede que sea una moralina impuesta por la sociedad, como lo era el sexo antes del matrimonio. Puede que nuestra vergüenza tenga tan poco sentido como la que sentíamos de adolescentes al ir a la farmacia a comprar preservativos. Puede que yo tenga más prejuicios de los que creía. Y puede que la privacidad sea una lacra como tantas otras que haya que eliminar. No lo sé, puede que no sea tan liberal como creía.

Lo que sí sé, es que yo, que a fin de cuentas decido qué contar y qué no de mi vida privada, prefiero guardarme algunas cosas para mí y para las personas que son realmente importantes en mi vida. Los demás, que hagan lo que quieran, que para eso tienen la misma libertad que yo para elegir.


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