miércoles, 8 de diciembre de 2010

La vida sigue igual (y II)

Viernes 3 de diciembre de 2010. Mientras millones de personas se preparan para irse de puente, los medios de comunicación hablan de los papeles secretos de Wikileaks, una guerra iniciada por una especie de Robin Hood que cree que tenemos que saber más sobre cómo actúan nuestros dirigentes.

Mientras se dirigen al aeropuerto, comentan que esta guerra cambiará el mundo, pero que a fin de cuentas se nos antoja lejana y apenas nos afecta.

Llegan al aeropuerto, intentan facturar las maletas… y se encuentran que no pueden. El espacio aéreo está cerrado por otra guerra que se está produciendo.

¿Qué está pasando? En pocas palabras, el Gobierno intenta regular un sector clave, como son los controladores aéreos, porque considera que son unos privilegiados y tienen demasiado poder. Para ello publica un decreto que regula cuestiones que afectan sobre todo a su jornada laboral. Los controladores, considerando que están vulnerando sus derechos, deciden presionar. Y el mejor modo es ponerse enfermos todos a la vez. Por ello no hay controladores suficientes para gestionar el tráfico, y por cuestiones de seguridad se cierra el espacio aéreo español. La hecatombe.

Los afectados montan en cólera. Les da igual si los controladores tienen o no la razón, si es cierto que vulneran sus derechos o que son unos privilegiados que ganan una pasta por estar sentados mirando una pantallita. Lo único que les importa es que les están jodiendo las vacaciones. Automáticamente los controladores pasan a ser más odiados que los de la SGAE. Y la guerra que iba a cambiar el mundo de repente ya no interesa.

A mi, personalmente me da igual quien tenga la razón. Es una pugna entre dos colectivos donde la razón no es lo más importante, sino conseguir salirte con la tuya. Lo que si sé, es que si quieres defender tus derechos, has de hacerlo dentro de los márgenes que te da la ley, no vale mentir diciendo que te has puesto enfermo de repente (casualmente a la vez que los demás) y abandonar el puesto de trabajo.

Como el derecho a las vacaciones es uno de los derechos fundamentales, por encima del derecho al trabajo y a una vivienda digna, el Gobierno se puso manos a la obra para atajar la crisis, como era su obligación. Como los controladores son unos díscolos y no van a atender a razones, no basta con amenazarles con aplicar códigos disciplinarios o penales, y si no cumplen despedirles o acusarlos de sedición. Hay que ser más expeditivos.

Por ello, declara el estado de alarma, militariza el control aéreo, y los controladores pasan a ser personal militar, con lo cual, si no acuden a trabajar se les manda a la justicia militar. Y lástima que ya no fusilen, que si no, no les libraba ni Dios.

Con ello, los controladores se achantan, vuelven al trabajo, y aquí no ha pasado nada, la vida sigue igual.

De esta pequeña escaramuza, que no llega ni a guerra, se pueden sacar unas cuantas lecciones:

  • En las últimas huelgas de distintos sectores, se está viendo que la solidaridad brilla por su ausencia, la gente es libre de hacer huelga, siempre que a mí no me afecte.
  • Nos hemos mal acostumbrado a tenerlo todo a mano, a considerar como un derecho lo que hasta hace poco era un privilegio, sin pararnos a pensar en la cantidad de gente que ha de trabajar para poder disfrutar de ese “derecho”.
  • Está volviendo a estar de moda eso de matar moscas a cañonazos
  • Si declaran el estado de alarma para atajar una huelga, aunque sea salvaje e ilegal, ¿qué les impide volverlo a hacer en el futuro, en otros sectores que consideren estratégicos? ¿Dónde queda el derecho a la huelga?

Menudo diciembre estamos pasando. Y en menudo país vivimos.

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